Myr era mi hogar, nuestro hogar, Myr era la última capital humana, aun en la lucha, desde la apertura del portal por Herobrine provocaría el peor desastre escrito en nuestras historias, en nuestro folklor, la apertura abrió la oportunidad a criaturas increíblemente poderosas capaces de transportarse, con una velocidad descomunal y un daño capaz de hacer pedazo nuestras armaduras de cuero, malla y hierro, seres oscuros y altos. Mi pueblo luchó con valentía en cada batalla, yo era el último general aún en pie, pero las constantes batallas agotaban a nuestro ejército, el entusiasmo por los suelos, como nuestros mejores arcanistas veían esto perdido, sabían que aquellas bestias podrían entrar en nuestra ciudad si se lo propusieran.
Apure las defensas de la ciudad, con ello mis mejores barcos partiríamos de esta tierra, aun con la negativa del Rey, su poder e influencia cayó, no tenía más poder que el que yo tenía sobre él, sabía que tenía que hacerlo, junte a todos los hombres dispuestos a trabajar y luchar, puse un pico, un hacha y una espada en cada uno, juraron lealtad hasta el último aliento, y lo hicieron bien, hasta la caída de las murallas.
Había terminado los barcos cuando todo empezó, las campanas sonaron, los soldados se apostaron en la muralla, los arcanios levantaban nuestros golems, y repartían sus mejores pociones, sería la batalla más difícil, no se luchaba para ganar, sino para sobrevivir, aquellos hombres lo sabían, sabían que no estaban para ver otro día en el amanecer, estaba allí para luchar hasta que fueran atravesados o mutilados, hasta terminar desangrados o algo peor, con esa maldita enfermedad que los convertía en zombies, lucharon con valentía, mientras preparaba todas las provisiones, nuestros barcos zarparon, y con ello subí con mi familia, solo mi esposa, vi arder mi ciudad, la poderosa Myr, que albergo las mentes más afiladas, la vi caer, la que albergo los mejores caer, la vi desmoronarse, mi amada patria, solo la pude mirarla y verla morir.
Los barcos avanzaron durante días, con la promesa de una nación nueva y fuerte, pero las tormentas, desviaron a nuestros barcos, nuestra gente empezaba a morir por el escorbuto, y no podía hacer nada, mi amigo Jonathan, era uno de los mejores arcanistas, pero sabía que no había nada que pudiéramos hacer por esa gente, me recomendó tirarla el mar, en secreto, nuestra gente ocupaba esperanza, y nos encargaríamos de eso, lo hice, y él dedicó un espacio a los enfermos, una vil mentira para continuar el estudio de mapas y cartografía. Un mes había pasado hasta que arribamos.
Habíamos perdido la mitad de nuestra gente, la mitad de nuestros navíos o estaba en el mar, o aún estaba en mar esperando tocar tierra, con ello en marcha, puse a mis aliados a preparar el terreno, pero las primeras dificultades salieron, muchos enfermos, mucha gente muriendo de hambre, solo quedamos unos pocos dispuestos aún a luchar, y con ellos aplanamos la tierra y construimos nuestros grandes terrenos, ocupábamos aliados, gente, cuando encontramos a esos pobres desgraciados, gente inferior, aldeanos los llamaba mi mujer, yo insectos, pedí a mi arcanista que empezará la rápida captura y trabajo forzado, mi nueva nación no se construiría con esfuerzo y dedicación de los hombres, se harían con la esclavitud, pero prefería ser recordado como el peor líder, que no hacer algo por matar a ese maldito que nos robó nuestra tierra con su portal, me jure a mí mismo que regresaría y lo mataría.
